Ni banderas,
ni emisarios,
ni mercenarios.
A veces el grito no agrieta el silencio.
No se cuela por esa gotera inexistente
el amargor lacrimógeno.
Así, oprime el corazón
la contenida desesperación.
La casa se cae a pedazos desde el tejado.
A veces parece que sesgan su base de un plumazo
y se desploma sin más.
La borrosa visión de esta perspectiva
no me derrumbará.
Sólo indica la necesidad imperante
de tomar distancia,
valorar y decidir qué elementos debo eliminar,
cuáles deben permanecer,
qué objetivos perseguir.
Sin prisa pero sin pausa se esfuma todo agobio,
se aclara la realidad y como por obra de magia,
se manifiesta la verdad.
Ya no hay decepción,
porque el dolor se solidificó
y ya no puede fundirse.
Ya no hay temor,
porque el viento lo transportó al desierto
y fue sustituido por seguridad.
Ya no hay un vacío abismal
que me precipite a la locura…
En su lugar la sensata paciencia,
inseparable consejera del éxito.
A solas, en un duelo inocente con mi mente,
tratando discernir y llegar a acuerdos,
me hallo y transcurren atropellados meses,
semanas, días y horas.
semanas, días y horas.
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