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sábado

Nacimiento de nuevos arraigos. Muerte de veteranos apegos.

Ni banderas, 
ni emisarios, 
ni mercenarios.

A veces el grito no agrieta el silencio. 
No se cuela por esa gotera inexistente 
el amargor lacrimógeno.
Así, oprime el corazón 
la contenida desesperación.

La casa se cae a pedazos desde el tejado.
A veces parece que sesgan su base de un plumazo 
y se desploma sin más.

La borrosa visión de esta perspectiva 
no me derrumbará.
Sólo indica la necesidad imperante 
de tomar distancia, 
valorar y decidir qué elementos debo eliminar, 
cuáles deben permanecer, 
qué objetivos perseguir. 

Sin prisa pero sin pausa se esfuma todo agobio, 
se aclara la realidad y como por obra de magia, 
se manifiesta la verdad.

Ya no hay decepción, 
porque el dolor se solidificó 
y ya no puede fundirse.
Ya no hay temor, 
porque el viento lo transportó al desierto 
y fue sustituido por seguridad.
Ya no hay un vacío abismal 
que me precipite a la locura… 
En su lugar la sensata paciencia, 
inseparable consejera del éxito.

A solas, en un duelo inocente con mi mente, 
tratando discernir y llegar a acuerdos, 
me hallo y transcurren atropellados meses, 
semanas, días y horas.

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