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jueves

El vagar de su veneno

Con el coraje reducido
el intrépido aventurero
regresó por dónde había venido.

Se había precipitado a dar
lo que no tenía,
y haciendo gala de su osadía,
dio lo que le sobraba
a la amada inconsciente,
que presas sus lágrimas
en un pañuelo,
y acariciando su mejilla,
temerosa de sí misma,
besando sus labios se despidió.

Apostó demasiado fuerte
por una meta en blanco
que le conduciría a la muerte
de su corazón.
Sin poder impedirlo nadie,
desenvainó su afilada espada
y al fin se la clavó.

Sin un ápice de remordimiento 
la doncella pidió auxilio;
para sí misma clemencia misericordiosa,
sabiendo que su plegaria 
era muda en oídos ajenos,
y recordando por un instante 
todo lo que con él vivió.
Le bastaba reconocer 
sus propios sentimientos,
aunque él jamás la creyó.

Advirtió en su último suspiro,
que algún día él se percataría del error,
sin espacio para rectificar y enmendar justamente
aquella felicidad compartida 
que pudo y debió ser para ellos dos.

Y así fue que se dio cuenta pasadas décadas
que era sincera y correspondía su amor;
que en su vida había un hueco excavado
preparado para sepultar la historia no acontecida
que tanto daño causaba en su interior.

Rasgando con uñas y dientes,
sin poder despojarse jamás de esos sentimientos,
decidió convivir eternamente con ella, 
rondando su tumba más allá del firmamento.
Dedicándole rezos, 
oraciones prohibidas, 
clandestinamente 
por sus circunstancias y condición.

Dejó de ser amigo de los espejos.
Su reflejo era una inyección de veneno 
para sus pupilas.
Aborrecía la imagen ensombrecida
que le devolvía su desdicha
en forma de atuendos que sustentaban 
la ira y frustración.

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