Estuve a punto de permitir a un impulso dar a luz al beso que se gestó en mi boca y pretendía nacer en tus labios, pero la gente, la música y tu cerebro lo detuvieron, y acabé abortando la misión antes de asimilar esa decisión.
Un rato más tarde, con la tentación aún latente, el brillo de tus ojos reflejado en mi mirada debió manifestar a gritos el deseo que amenazaba cumplir, en medio de esa complicidad sincronizada, tan especial, profunda y delicada, y a la vez, estéril.
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