Cuando la amargura
fue inyectada en su cerebro,
sus contaminados pensamientos
hicieron sin condescendencia,
de su voz un riesgo para mis oídos.
Desde ese momento
sólo gruñe y huye,
presa de inmadurez inadmitida;
pero debemos perdonarla,
pues nadie sufre más
esa constante insatisfacción
como ella misma;
padece más esa realidad aislada,
alternativa de díficil cura
al carecer de humildad
e ignorar el concepto de convivencia.
No condenes y enjuicies
sin conocer las previas circunstancias,
inherentes ya a su experiencia
y a los resultados que ahora reporta.
No mires sus pupilas de fuego;
desatiende a su afilada lengua;
prescinde de intentar operar
sus putrefactos órganos;
omite su presencia sin más;
que algún día ha de darse cuenta
de que perdió una gran fortuna
que por poco tiempo retuvo
y no recuperará jamás.
En su burbuja hermética permanecerá,
rebotándole sus absurdos improperios,
sus audaces desplantes
y el reflejo de su imagen
desfigurada de manera voraz.
Qué desfachatez...
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